3. INTEGRACIÓN COGNITIVA INTERSEMIÓTICA*

 

 

1. Diferencia y especificidad de las semióticas

Hace más de 10 años, en un libro titulado Del Caos al Lenguaje (Magariños de Morentin, 1983) me permití reinterpretar el mito de la Torre de Babel, como simbolizando el nacimiento de la libertad. Se pasaba de una única lengua (el Jafético) a la multiplicidad de las lenguas y, si esto perjudicaba la comunicación inmediata, favorecía la posibilidad de crear otros tantos mundos (otros tantos mundos semióticos posibles), uno por cada una de tales lenguas. La lengua única volvió a ser un desideratum racionalista (la "characteristica mathematica" de Leibniz), que nuevamente fue dejado en suspenso desde la explosión de la razón en las múltiples, locales y, cada una en su contexto, totalmente válidas formas de razonar, con que se inicia la post-modernidad. La multiplicación de las lenguas nunca fue un castigo, salvo para quienes consideran que la libertad lo es.

En la nueva Babel, de la que somos contemporáneos, se produce la multiplicación de las semióticas, en particular con el auge de la imagen y de la música. Hace muchos más años, en 1967, pronuncié una conferencia en la Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona, cuyo titulo fue "Contra la Palabra". No es que contuviese algún ataque frontal contra la palabra, en cuanto sublime instrumento semiótico; era un texto que se complacía con el final de su imperio (tanto en lo que se refiere a la extensión de su presencia, como al absolutismo de su jerarquía excluyente) y que festejaba la consolidación y la puesta a disposición de la humanidad, de multitud de otras formas de construir otros mundos posibles, como eran la imagen, el sonido y la informática (ya no sólo lo verbal).

Dos reflexiones, aparentemente contradictorias, acompañan esta nueva configuración de la feria de las semióticas: (1) cada semiótica tiene su especificidad y (2) ninguna puede interpretarse con independencia de las restantes.

En efecto, por una parte es preciso separar los campos de las semióticas respectivas, porque el efecto de significación de la palabra no coincide con el efecto de significación de la imagen, ni estos con el efecto de significación de la música; ni cualquiera de los anteriores con el efecto de significación de cualquier otra semiótica interviniente en cualquier otra percepción sensorial o en la combinatoria de varias de ellas. Es una forma de romper el imperialismo de la lengua, como lo quebró Hjelmslev (1968/1943: 129 ss) al ubicar a la lengua como una región, junto a otras, de la semiótica y ya no como el espacio ineludible de toda semiótica posible. Si bien la palabra puede explicar cómo la imagen o la música producen su significado específico, no puede producir, ni traducir, tal significado especifico, pudiendo, todo lo más, transcodificarlo o transponerlo, pero sin posibilidad de reproducir el específico significado visual o acústicamente producido. Época, pues, de multiplicación y de desarrollo de las semióticas que carecen de la inmensa historia que viene acompañando a lo verbal. "Feliz el rey que tiene un buen cronista", podría decirse de la lingüística, evocándolo a Panini y a todos los gramáticos y lingüistas que, tras él, contribuyeron al esplendor de la palabra; lo que, para jerarquizar la imagen, sólo comienza a partir del Renacimiento y, para dar testimonio del honor y gloria de la música, sólo a partir del siglo pasado (F-J Fétis, entre 1860-1865, escribe, en 8 volúmenes, una Biographie universelle des musiciens et bibliographie generale de la musique; citado en Norbert Dufourcq, 1963). Ni que decir respecto del tacto, del olfato o del gusto, pese, en este último caso, a las delicias propaladas por Anthelme Brillat-Savarin en 1825 (ver Roland Barthes, 1984: 285-306) y al aporte personal y a la compilación de anónimos precursores que realizara, a principios de este siglo, el gran gastrónomo Jean-Marie Parmentier (1908). Sólo en la década del 50, aparecen los primeros escritos acerca de lo kinésico con jerarquía de disciplina teórica, inaugurándose (sin así designarla y teniendo que levantar la hipoteca racista que la viciara años antes) la posibilidad de una semiótica de la educación física (ver Amavet, 1957).

Múltiples semiosis, pues, existentes desde el comienzo de la humanidad, pero disponibles ahora con una riqueza y una contundente inmediatez como nunca antes había sido imaginable.

Pero (y con esto comienza la segunda de las aparentemente contradictorias reflexiones), ¿cada una con su experiencia diferente?, ¿con su eficacia particular?, ¿con su aislamiento?, ¿con nuevas pretensiones hegemónicas sobre las otras semióticas?

 

2. La articulación de las diferentes semióticas

No habrá habido una auténtica superación (ésa con la que se construye la efectiva historia de la facultad semiótica y, por tanto, la efectiva historia de la humanidad) si tales múltiples semióticas no se articulan según criterios que no reproduzcan la apetencia imperialista de la palabra. Y no habrá un posible estudio de las características teóricas y empíricas de estas semióticas si no se lo enfoca desde su mutua y humana interrelación (humana, no en cuanto exclusiva de la especie, sino en cuanto el hombre genera determinadas particularidades de su interacción que lo identifican como especie y que se configuran como facultad semiótica fundamental; la misma que fue designada, todavía en la inmediatez de su profesionalismo y afirmando la hegemonía de lo verbal, como facultad del lenguaje por Saussure).

La preocupación que estoy comenzando a esbozar se refiere a la abundancia de estudios semióticos y/o semiológicos que se centran en una determinada y exclusiva semiótica, como si alguna pudiera dar cuenta de su eficacia prescindiendo de las restantes. Esto nada tiene que ver con la concurrencia de diversas semióticas en la producción de una determinada comunicación que, así, resulta más rica y plena, sino con la pretensión de interpretar una semiótica con prescindencia, al menos, del rastro que en ella hayan dejado otras semióticas diferentes.

Inevitablemente se recuerda la pretensión de Condillac al tratar de dar cuenta de lo que cada uno de los sentidos, por sí solos, aportan al conocimiento del mundo y a la formación de la conciencia, en ese artificio de "la estatua" como metáfora del estado inicial del hombre, cual tabula rasa (Condillac, 1947). En la introducción a la traducción al castellano de Eudeba, 1963, Rodolfo Mondolfo comenta que, en la ficción de la estatua, "intervienen dos condiciones estrechamente vinculadas entre ellas e igualmente contrarias al logro de la síntesis mental que Condillac se esforzaba por alcanzar: 1) el aislamiento de un único sentido con respecto a todos los demás, o bien el de los sentidos subjetivos con respecto al único reconocido objetivo; 2) el supuesto de un alma que sea pasividad originaria, a partir de la cual debería engendrarse toda la actividad espiritual por obra de la sensación misma" (Condillac, 1963: 27)

Una crítica semejante puede suscitar el estudio aislado de cada una de las semióticas, empíricamente existentes en nuestro universo cultural, con la confluyente pretensión de explicar lo que cada una de tales semióticas aporta, por sí sola, a la formación de la conciencia humana.

Esto resulta aun más grave por dos motivos, al menos para quienes nos consideramos peirceanos y cognitivistas: está en abierta contradicción con las propuestas fundamentales de la teoría del signo en Peirce y se margina de los actuales desarrollos de las llamadas ciencias cognitivas (también restrictivamente consideradas como investigaciones cognitivas, según la visión de Rastier, 1991).

Prefiero comenzar con un breve comentario acerca de este último tema de la marginación, ya que después voy a proseguir desde una posición más próxima al pensamiento peirceano.

 

3. La marginación de la semiótica en el universo de las ciencias sociales

Al hablar de marginación me refiero a la dolorosa sensación que, en cuanto semiólogo, siento cuando leo los estudios de los cognitivistas más destacados y, por lo general, no encuentro en ellos, ni el término "semiótica", ni ninguna referencia a los desarrollos de los estudiosos de la semiótica.

No hay que reducir el problema mediante respuestas facilistas en base a pugnas de escuelas o a un supuesto positivismo del que padecerían los cognitivistas, haciéndoles imposible incorporar la visión constructivista que predomina en la semiótica.

Simplemente, los estudios semióticos, por lo general (dejo claramente expresada la existencia de trabajos de otra clase y calidad), no siguen las pautas de rigor que, en la actualidad, son de práctica en el discurso de las ciencias sociales.

Los semiólogos solemos utilizar un discurso predominantemente metafísico, con la supuesta justificación de tratar un tema tan inasible como es el de la creación, comunicación y transformación de la significación. Se llega a hablar de una "hermética semiótica" que, en su versión renacentista, parecía comenzar a desaparecer en la época de Leibniz, pero que todavía provocaba airados ataques por parte de Kant (Colilli, 1993: 37), existiendo, afortunadamente, "en la actualidad, la tendencia a considerar al paradigma de la exégesis hermética como un tanto deteriorado; ya que priva al lenguaje del poder comunicativo, como reflexionaba Eco, al provocar una continua postergación del significado" (Colilli, 1993: 77)

Pese a ubicarme en el extremo opuesto a estas concepciones holísticas y tanto más si son herméticas, no voy a entrar al debate que subyace en la pretendida vigencia de la calidad computacional del discurso de las ciencias sociales (computacional, tanto en cuanto calculatorio como en cuanto informático); simplemente, adopto como válido este último enunciado: el discurso de las ciencias sociales tiene calidad computacional, por considerar que el carácter instrumental de la tecnología informática se impone, cada vez con mayor contundencia, lo que lleva a valorar las propuestas teóricas en las ciencias sociales, según la posibilidad de incorporarse a (o de ser susceptibles de transformarse en) un programa de computación. Cito, a título de ejemplo del tipo de reflexión que acabo de formular, las obras de Marvin Minsky, 1986; de Pierre Lévy, 1990, 1994; de Paul Thagard, 1988, 1992; y de Douglas Hofstadter, 1995. Esta es la demanda social a la que los semiólogos parecemos no atender o que, incluso, rechazamos. De ahí el mencionado silencio o marginación de la labor semiótica por parte de esa línea de autores.

No obstante, considero, también, que el aporte que la semiótica está en condiciones de ofrecer al restante universo de las ciencias sociales es de importancia tan fundamental que, hasta que se haya cumplido la incorporación a dichas ciencias sociales del conocimiento elaborado desde la semiótica, éstas no lograrán alcanzar los objetivos que se proponen. La exigencia para nosotros, semiólogos, será la de formular los aportes, fundamentalmente metodológicos, de la semiótica en un lenguaje "calculatoriamente" operable, conscientes de que hay un conocimiento semiótico que, por el momento, es informáticamente inalcanzable, pero tratando de llegar, con los criterios de ética científica que formuló Peirce (1965: 2.219-226), hasta donde más podamos. Creo firmemente, y en este sentido vengo trabajando desde hace más de 25 años, que, después de haberse derrumbado los mitos de la matemática, como único lenguaje formal de cualquier ciencia, y de la lógica, como forma definitiva del interior lenguaje mental (al estilo del "mentalese" de Fodor, 1994), la semiótica es la metodología de base específica para las ciencias sociales.

Estoy enfocando un desarrollo de la semiótica que no aísle cada uno de los sistemas semióticos y que no espere explicar la producción de la significación desde uno u otro, tan sólo, de tales sistemas. Por eso llamo la atención hacia la necesidad de desarrollar análisis intersemióticos rigurosos, como actitud crítica insoslayable para producir el aporte metodológico que constituye la responsabilidad de la semiótica en la historia de las ciencias. Que este lugar, en el que confluyen diversos sistemas semióticos, cuya dinámica caótica (John R. Van Eenwyk, 1996: 330) también tiene que ser reconsiderada y recuperada para la teoría semiótica general, está disponible se advierte apenas se estudian con cierto detenimiento los trabajos de los principales investigadores actuales en el campo de la percepción, de la producción de imágenes y de la construcción o producción del referente.

Rastier (1991: 91), uno de los pocos investigadores en esta área con verdadera formación semiótica, registra la demanda de Jackendoff (1983, 1987; reiterada en 1992) acerca de la descripción de la arquitectura de la información y del proceso de correspondencia que vincula, en la Estructura Conceptual, a la información proveniente de los diversos sentidos corporales, sacando a la semántica del ámbito exclusivo de la lingüística y haciéndola resultado de la interacción armónica de las componentes conceptuales construidas con la información procedentes de tales múltiples sentidos. Esto constituye la base para que Jackendoff pueda hablar del referente como de “un mundo proyectado” (1983: 23).

Y, para ello, Jackendoff, a su vez, sigue a David Marr (1982), en quien encuentra la base para establecer qué niveles de lo perceptual cumplen en lo visual un papel homólogo (y quede bien clara la importancia de la diferencia, pese al esbozo de coherencia), al que los niveles de lo fonético, lo sintáctico y lo semántico cumplen en la explicación generativista de lo lingüístico (y quede bien clara la importancia de la diferencia, pese al esbozo de coherencia).

David Marr, en efecto, señala los niveles del esbozo primario, el esbozo 2½-D y la representación del modelo 3-D, como las instancias incorporadas interactivamente para alcanzar la identificación de los objetos en el mundo, que no son los datos primarios e intuitivos para la percepción (Marr, 1982: 295ss), sino el resultado de integrar las percepciones de superficie, borde y profundidad (constitutivas del esbozo primario) en las visiones centradas en el observador (pertinentes al esbozo 2½-D) de modo que permitan la producción de las percepciones centradas en el objeto (representación que se alcanza mediante el modelo 3-D) (Marr, 1982: 37). A esta secuencia, en la organización mental de las imágenes del mundo, la considera Jackendoff (1987: 193) como afín a la fonética (el esbozo primario), a la sintaxis (el esbozo 2½-D) y a la semántica (el modelo 3-D), valorando, no obstante, como ya advertí, más las diferencias que las similitudes (dejo abierta la crítica a esta correspondencia, por la distinta relación existente entre la lengua por una parte y las imágenes pictóricas por otra con los procesos de representación/interpretación de los respectivos referentes).

Pero, dice Jackendoff (1987: 194), "la traducción entre lenguaje y visión se especificará mediante un conjunto de reglas de correspondencia entre uno o más niveles visuales y uno o más niveles lingüísticos. Idealmente, las dos facultades deberán interactuar mediante aquellas representaciones cuyas unidades confluyen en la correspondencia más próxima y cuyas funciones están relacionadas del modo más próximo". Esta interrelación de dos niveles no es más que el esbozo de la tarea que habrá de realizarse incorporando las restantes fuentes de información: "estos dos niveles de representación constituyen un núcleo central al que acceden diversas facultades periféricas, incluidas la percepción visual, el lenguaje, la percepción háptica, la percepción corporal y la acción" (1987: 207).

Dejando de lado la arbitraria restricción a los "dos niveles" (ya que de ese núcleo central participan igualmente las semiosis cuya materia prima proviene de los restantes sentidos), lo que postula como Hipótesis de la Estructura Conceptual es que "Existe un único nivel de representación mental, la estructura conceptual, en el cual la información lingüística, sensorial y motriz son compatibles" (1983: 17).

  

4. La especificidad de la semiótica para dilucidar correspondencias y divergencias entre lo visual y lo lingüístico

Con esto se plantea el desafío fundamental para nuestra disciplina. ¿Es posible, desde la semiótica, aportar un conocimiento específico que permita identificar el proceso en el que se cumple esa compatibilidad, que permita describir esas reglas de correspondencia entre lo visual y lo lingüístico o que permita explicar el comportamiento del conjunto de operaciones que establezca ese modo de representación mediante el que se interpretan las informaciones proporcionadas por los diversos sentidos? Además, ¿sólo desde la semiótica puede aportarse ese conocimiento? Creo plausible, pero no inmediatamente fundamentado, poder responder a ambas preguntas que sí.


Como marco de trabajo o encuadre general del problema, puede formularse una hipótesis complementaria de la propuesta por Jackendoff, a la que, tentativamente, denominaría Hipótesis Inter-Semiótica de la Estructura Conceptual: "Existe un único nivel de representación mental, la estructura conceptual inter-semiótica, en el cual las representaciones icónica, indicial y/o simbólica de la información lingüística, sensorial y/o motriz son compatibles, lo que permite la producción de la interpretación". O sea, si se han identificado los rasgos más elementales de esta estructura conceptual inter-semiótica, junto con el proceso de las relaciones inter-semióticas que la generan, es posible instrumentalizarlos para dar respuesta a un problema determinado, en un momento y lugar determinado, acerca de la confluencia e interactividad de los textos (de cualesquiera materias primas semióticas) que produjeron cada una de las significaciones vigentes atribuidas a determinado fenómeno social. Es preciso, tan sólo, haber investigado o investigar ambos aspectos, el que establece el procesamiento semiótico mínimo de representación y transposición (o transducción) aplicado a la información que acerca de dicho fenómeno se recibe, como condición necesaria para su almacenamiento, y el que hace a la arquitectura semiótica mínima que configura el almacenamiento de dicha información, como condición necesaria para su contraste y disponibilidad.

La producción de la semántica (a la que se ubica en el espacio mental del "interpretante", coincidiendo con la "Estructura Conceptual" de Jackendoff y con nuestra "Estructura conceptual inter-semiótica") ocurre como consecuencia de la relación del aspecto "representamen" de los signos que constituyen un texto, con el aspecto "fundamento" de los signos que constituyen un referente.

En esta tarea y centrándose en lo visual, el trabajo de David Marr apunta a establecer los pasos necesarios para una identificación de los objetos, tarea de cuyo éxito depende que puedan considerarse como objetos semióticos (aunque Marr no les atribuya esta designación). Para D. Marr (1982: 3) "la visión es, primero y fundamentalmente, una tarea de procesamiento de la información", con lo que "rechaza la teoría en la que el principal trabajo de la visión sea derivar una representación de la forma" (1982: 36), ya que para él, como para James Gibson (1979: 22), en la percepción, no preexisten los objetos sino las superficies; el objetivo de Marr consiste en establecer las reglas de un determinado cálculo que, a través de una serie de procesos, efectuados a distintos y progresivamente más complejos niveles, le permita "comprender cómo las descripciones del mundo pueden obtenerse eficaz y confiablemente a partir de sus imágenes" (1982: 99).

Aparentemente, Marr, según el modelo 3-D, obtiene la representación de los objetos del mundo, mediante un procesamiento de la información visual, sin ninguna otra referencia textual, lo que, sin embargo, no es lo que él realiza. La organización modular que propone proviene de que "la descomposición de una descripción usada para el reconocimiento [...] nos permite elaborar una descripción que captura la geometría de una forma para un nivel de detalle arbitrario" (1982: 305-306). La descripción de una forma, necesaria para su reconocimiento, implica atribuirle una determinada identidad, la cual constituye un predicado semántico. Marr no podría llegar a su conocido diagrama acerca de la descomposición de la imagen del humano, si no fuera a partir de un "representamen" construido por la geometría como semiótica sustituyente (y, en cuanto tal, otra efectiva referencia textual). Por tanto, la identidad del humano, como la de los distintos animales con los que construye su Catálogo de Modelos 3-D (1982: 319), es el resultado semántico (en una "Estructura Cognitiva" en cuanto "Interpretante") de la relación entre dos semióticas: aquella a la que utiliza como sustituyente (el representamen), que para Marr sería la geometría de los conos truncados o conos generalizados (como lo es, también, en el caso de los geones de Biederman, 1993: 12) y aquella que queda configurada como sustituida (el fundamento), que para Marr sería la forma, percibida como resultado de un proceso perceptual, desde el esbozo primario y a través de la dimensión 2½-D, y nunca ya como resultado de una percepción ingenua. Por interacción entre ambas surgirá la identidad del objeto en el interior de lo que vengo nombrando como "Estructura Conceptual Inter-semiótica". Se trata del mismo proceso que he caracterizado, en otro trabajo (Magariños de Morentin, 1990: 10), como "el dilema semiótico: es necesario que una semiosis deje de ser lo que es 'en sí' (el juicio perceptual: un fenómeno de la lengua) para que otra semiosis sea, no lo que es 'en sí' (la percepción: un fenómeno sensorial), sino aquello en lo que la primera la constituye (el referente: un fenómeno semiótico y, en cuanto tal, significativo)".

Esta Estructura Conceptual Inter-Semiótica posee la configuración que, en principio, bien puede corresponderse con la configuración propuesta por Peirce en su análisis del Interpretante: un aspecto cualitativo (el Interpretante Inmediato o, mutatis mutandis, Emocional y también, en definitiva, una Primeridad de esa Terceridad que es el Interpretante); una efectiva interpretación (el Interpretante Dinámico o, mutatis mutandis, Energético y también, en definitiva, una Segundidad de esa Terceridad que es el Interpretante); y un resultado diferencial o cambio de hábito, en cuanto nuevo signo producido en la mente del Interpretante (el Interpretante Ultimo o Final -que nunca lo es más que para un concreto e instantáneo proceso de interpretación- o, mutatis mutandis, el Interpretante Lógico y también, en definitiva, una Terceridad de esta misma Terceridad que es el Interpretante) (Peirce, 1965: 5.470-493 y 8.314-315).

Por eso, si bien la tarea de Marr resulta imprescindible para el semiólogo en cuanto reconstruye el proceso "calculatorio" según el que se procesa la información visual hasta alcanzar la percepción 3-D de los objetos del mundo, podemos decir, en ese momento, que Marr es insuficiente; es la semiótica la que exige la intervención de otro universo (conscientemente Marr se refiere, como tal, a la geometría, pero no le reconoce eficacia constituyente ni, menos, calidad semiótica) para que se produzca la identidad de tales objetos, como valor semántico agregado y producido por la intervención de ese (en el caso de Marr, geométrico y no otro) representamen. Desde un representamen geométrico, es ésa, y no otra, la representación modular que se obtiene. Antes de conocerse la geometría, la representación del ser humano según "conos truncados", vinculados según determinada sintaxis contextual, sería inimaginable (y, todavía, irreconocible, si algún marciano más adelantado nos la hubiese propuesto).

Téngase en cuenta también que la materia prima de una semiótica no está constituida por íconos, índices y símbolos, sino por la materialidad de la información (al modo hjelmsleviano de "la sustancia de la expresión") procedente de alguno de los sentidos mediante los que nos vinculamos con el entorno: se tratará, pues, de datos visuales, acústicos, táctiles, olfativos, gustativos, de sensación corporal (kinésicos), etc., dejando abierto el repertorio, con este etc., a la inclusión de otras posibles informaciones. Lo que permiten los íconos, índices y símbolos es constituir en signos a esa misma materia prima, cuando lo que se utiliza para cumplir el proceso semiótico de tomar algo del fundamento del objeto y proponérselo a un interpretante es el aspecto icónico o el aspecto indicial o el aspecto simbólico de esa materia prima. Como resultado de esta tarea, la eficacia icónica, indicial o simbólica de la relación establecida entre una semiótica (visual, acústica, táctil, etc.) y la representación de determinadas imágenes percibidas (visuales, acústicas, táctiles, etc.), constituye el espacio propio de la semántica, ya que tal eficacia depende de la construcción (eventual cambio-de-hábito) que realice el interpretante final, lo que irá precedido por el efecto real de interpretación que realice el interpretante dinámico, en función del sentimiento que en él, en cuanto interpretante inmediato, despierte la cualidad seleccionada.

Regresemos, ahora, a la otra dirección propuesta para la expansión, la que explora la sucesión de los niveles semióticos posibles de interpretación.

 

5. Transposiciones e intersemiótica

Se trata del fenómeno de transposición por el cual la semiótica con la que se produjo la construcción significativa de determinado referente se toma como nuevo fundamento para que otra semiótica lo formule según una nueva construcción significativa (reformulando, a su vez, si bien de un modo distante e indirecto, el primer fundamento).

Se ha estudiado la tipología de las transposiciones, para el supuesto de la permanencia en el interior de una misma semiótica que concretamente es la lingüística. Así H. Parret (1993: 116, 117), a partir de ciertas referencias de Landowsky y Greimas, recupera la tríada "metalenguaje/ descripción/ paráfrasis" a la que interpreta como correspondiendo "a los tres tipos de producción de formas, la científica, la semiótica y la lingüística, respectivamente".

La trasposición del sentido puede ocurrir, también, cuando se cambia de semiótica, si bien la tarea puede resultar no ya en una transposición (que supone la variación en el margen de cierta permanencia) sino en una producción de otro sentido, lo que requerirá hablar de traducción (inter-semiótica, no inter-lingüística) o algún otro tipo de operación que pueda llegar a identificarse y definirse.

Los estudios cognitivos, tanto cognitivistas (más o menos próximos a la línea chomskyana, como los que se vienen citando de Ray Jackendoff) como conexionistas (más vinculados a R. Maturana, Ronald Langacker, 1987, 1991 y a Paul Smolensky, 1988), son importantes por las hipótesis operativas acerca de las reglas que organizan el comportamiento de la mente (los cognitivistas)y por las hipótesis descriptivas acerca de los recorridos y conexiones neuronales (los conexionistas) con las que proponen explicaciones plausibles acerca del almacenamiento e interrelación de la información sensorial; asimismo por el original encuadre del dualismo mente-cerebro, al que se incorpora la teoría del caos y de las metáforas fractales (Ilya Prigogine, 1996; Earl Mac Cormac & Maxim I. Stamenov, 1996). También son importantes por la utilización y/o programación de instrumentos informáticos y de Inteligencia Artificial para la representación de esta arquitectura y procesamiento de dicha información sensorial; a partir de este enfoque se producen importantes replanteos en la epistemología (ver Thagard, 1988, 1992), en el estudio de las imágenes (por ejemplo: Barlow, Blakemore & Weston-Smith, 1990), de la semántica (por ejemplo: Danièle Dubois, Ed., 1991), de los mundos posibles (Sture Allen, Ed., 1989) y en la mayoría de los campos de las ciencias sociales.

Pero todos estos estudios tienen, en general, un límite: no dan una explicación satisfactoria (quizá ni siquiera se lo proponen) acerca de las posibles interpretaciones y, en consecuencia, acerca de la producción de la significación social de los fenómenos que estudian.

Pretender omitir el conocimiento de la teoría de los signos, cuando lo que se estudian son fenómenos sociales, sólo puede responder a una estricta segmentación del campo de estudio basada en determinados y ya históricos criterios teóricos o bien es una actitud originada en una increíble ceguera intelectual (¿puede algo ser social sin ser ya signo?; ver Juan Magariños de Morentin, 1996: 250-252). O, tercera posibilidad que no hay que dejar de lado, alguna responsabilidad tenemos en ello los estudiosos de la semiótica.

Creo que hay, en estos momentos, un espacio intelectual disponible e interesante, en el que se asocian los estudios semióticos y los cognitivos. Algunas aproximaciones se están efectuando (véanse los trabajos de Rastier, 1991; Gardin, 1987a, 1987b, 1991; Vignaux, 1992; Danesi, 1993; Santaella & Nöth, 1998, etc.). Creo que existe un desafío importante que está permitiendo perfilar las bases de una tarea interdisciplinaria o de un enfoque teórico sincrético, con un amplio campo de trabajo experimental. Se trata de una semiótica cognitiva en que la riqueza de la investigación semiótica, ampliamente fundamentada a partir de la lectura operativa de los textos de Peirce, se asocia con el rigor y el enfoque calculatorio de los métodos cognitivos. De esta Semiótica Cognitiva puede surgir un conocimiento de los fenómenos sociales que haga de la semiótica el instrumento metodológico fundamental de las ciencias sociales; y de las ciencias sociales las protagonistas en la expansión del conocimiento humanístico durante los comienzos del próximo milenio.

 

 

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VIGNAUX, Georges (1992). Les sciences cognitives. Une Introduction. Paris: La Découverte

 

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* [Trabajo presentado en el III Congreso Internacional Latinoamericano de Semiótica, celebrado en la Pontificia Universidade Católica - PUC-SP, Brasil. Publicado en Lucia Santaella (Ed.), Caos e Ordem na Filosofia e nas Ciências; ps. 194-205. São Paulo: Programa de Estudos Pos-graduados em Comunicação e Semiótica da Pontifícia Universidade Católica de São Paulo, 1999.] [Considero útil recuperar, con algunas actualizaciones, este texto que propone una actitud metodológica muy relacionada con la problemática pluri-semiótica de la comunicación que se cumple en muy diversos ámbitos, desde el museo hasta Internet.]